sábado, 8 de agosto de 2015

Una concha en la arena


Angel paseaba por la playa, sereno, observando el brillo plateado de sus aguas y la tranquilidad que se respiraba a aquella hora, en la que los inquietos turistas, aún no habían hecho acto de aparición. El mar era su distracción y hasta hacía poco, había sido su sustento.

En torno a sus ojos había arrugas y en su mente recuerdos de toda una vida. Siempre había sido pescador, humilde y sencillo. Tenía una pequeña casita cerca del mar, amigos, multitud de historias que contar de sus largos recorridos en alta mar, anécdotas graciosas, sueños… y muchas historias sobre lo de una novia en cada puerto.

A sus sesenta años, había decidido que el mar y él debían dejar sus relaciones laborales y centrarse solo en las de dos viejos aliados. Ahora, no entraba al mar si el tiempo era inestable. Pescaba por placer y diversión, paseaba por la playa… Jamás se casó. Conoció a varias mujeres que pudieron ser buenas candidatas y quizás alguna más que lo intentó, pero no llegó a sentir ese anhelo.

¡Qué tiempos aquellos! Ahora se dedicaba a dar largos paseos y a correr por la playa. No estaba solo del todo, muy cerca, vivía Dora, su vecina, que le amonestaba aduciendo que iba a darle un “jamacuco” de tanto correr. Él siempre le decía lo mismo…

-          “Dora, Dora, si tuviese unos años menos te ibas a enterar tú de lo que es darte un “jamacuco”
-          ¡Qué poca vergüenza Ángel! ¡Eres un pícaro! ¡A tu edad!
-          ¿Qué edad Dora? Me estoy haciendo mayor, ¡pero sigo vivo!

Dora fingía enfado, pero la verdad es que aquellas conversaciones le daba vida a su monotonía.

Aquella mañana especialmente tranquila, Ángel llevaba su vieja cazadora marinera e iba sumido en sus pensamientos.  De pronto, al mirar al mar, le pareció ver un reflejo a lo lejos en el mar, algo brillante... Desde la lejanía le pareció la cola de un pez, pero ¿qué clase de pez?

Era muy grande. Se dirigió a casa y cogió unos prismáticos, pero al enfocar hacia el mar, ya no se veía nada. La gente ya empezaba a llenar la arena, y él decidió que era hora de volver. Pero se detuvo un poco más. Entre las pequeñas conchas blancas, había una oscura, rota, raída. Era bastante fea, pero parecía llamar su atención de forma poderosa. Así que la cogió y se la llevó como una especie de trofeo. El recolectaba conchas y hacía manualidades con ellas que luego Dora vendía en su tienda.

No entendía como la había seleccionado, pero ahí estaba. La colocó junto a las demás y decidió echarse un poco porque estaba particularmente cansado. Desde aquél día, hacía ya unos meses en que su corazón le asustó en alta mar, habían cambiado tantas cosas...

Hoy ni tan siquiera tenía ganas de ir al pueblo a echar su partidita de dominó. Y se tumbó en el sofá quedando plácidamente dormido.

Un ruido le sobresaltó. Una especie de golpe seco. Se levantó asustado y se dirigió a la salida. Casi se cae al toparse de bruces con una joven.

-          ¡Lo siento!- se disculpó la muchacha
-          Tranquila, no ha sido nada. Me pareció oír un ruido. ¿Estás bien?
-          Pues no, la verdad. He tenido un accidente y estoy un poco aturdida, buscaba alguien a quien pedir ayuda…

La muchacha estaba muy pálida. Sus ojos eran azules, verdes... sus ojos eran como el mar. Era muy hermosa, con una larga cabellera rizada del color del sol, y su vestido... estaba manchado de sangre en un lado.

-          Por favor, pasa, déjame que te ayude. Mi nombre es Ángel. Puedes tumbarte si quieres en este sofá. ¿Qué ha pasado?
-          No lo recuerdo bien. Iba navegando y algo me golpeó. Sólo recuerdo vueltas, todo se oscurecía, miedo…
-          Te llevaré al hospital más cercano.
-          ¡No! Por favor, no hace falta. Estoy bien. Sólo necesito asearme y descansar un poco. Luego estaré bien. No me gustan los hospitales.- añadió con timidez.
-          Comprendo… pero tienen que ver tus heridas.
-          Estoy bien, de veras, sólo necesito descansar un poco. – Y dicho esto se quedó dormida en el sofá.

Ángel la cubrió con una manta y fue a buscar a Dora. Se sentía un poco intimidado con la joven. Dora tendría ropa apropiada y quizás pudiese convencerla para ir al hospital, de mujer a mujer, pensó. Pero al llegar, Dora ya se había marchado al pueblo.

Regresó y no pudo evitar observar a la joven mientras dormía. Ni siquiera le había preguntado su nombre. Sintió algo en su interior, una especie de necesidad de cuidar de ella. Qué locura. Dejó unos pantalones de hacía unos años cuando era más joven y estaba más delgado y  una camisa al lado del sofá. No tenía ropa interior femenina. Tendría que arreglárselas como fuese hasta que pudieran ir al pueblo y comprar algo de ropa apropiada.

Salió fuera para pensar cuál sería el siguiente paso. Tal vez Dora pudiese alojarla junto a ella, o en caso contrario, él podría darle algo de dinero para un hotel. Tendrían que localizar a algún familiar... Escuchó un ruido y entró de nuevo a la casa. La joven se había levantado y se había vestido. Había utilizado la camisa como un vestido. Había prescindido de los pantalones que al parecer eran enormes para ella. No quiso preguntarle nada referente a la ropa interior, sólo de pensarlo se puso rojo hasta la médula. Ella pareció leerle el pensamiento.

-          Gracias por todo. He tomado una ducha, me siento mejor. 
-          Me alegro. Antes no te pregunté, ¿Cómo te llamas?
-          Nadia.
-          ¿Recuerdas algo más del accidente?
-          Poco. Sentí un tirón y todo se volvió negro. Me desperté en la playa. Creo que he andado mucho hasta llegar aquí. Debí golpearme la pierna, pero ya me he encargado de ello.

Ángel observó que la muchacha se había aplicado una especie de venda de algas.

-          Tu casa es como el mar...
-          El mar es mi vida. Me ha ayudado a vivir y sobrevivir, ambas cosas a la vez. Creo que nunca me casé porque estoy enamorado del mar.- dijo esto último riendo.
-          El mar está dentro de ti… Me gustan estas cosas que haces – dijo señalando los objetos que él hacía.
-          Antes pescaba y vivía de ello. Ahora soy mayor para eso, el mar puede ser peligroso, y mi salud no es como antes. Hago estas cosillas y una amiga las vende en su tienda. Voy comiendo de lo que saco con ellas y aún me queda algo. Como ves, el mar me provee.

Nadia empezó a caminar hacia fuera de la casa. Su pierna estaba increíblemente mejor y andaba con gran soltura. Miró fijamente al mar y sus ojos se volvieron tristes de pronto.

-          ¿Ocurre algo?
-          Debo regresar. Pero… ¿podría quedarme unos días contigo?
-          Yo… esto… no sé. Soy un viejo, tú casi una niña. La gente puede decir tonterías
-          No me importa la gente. Necesito descansar y me siento bien contigo.
-          Supongo que puedes quedarte unos días...

Nadia le dedicó la más bella sonrisa del mundo y procedió a darle un abrazo afectuoso y un beso en la mejilla.

-          Gracias, sólo serán unos días. Luego me marcharé. Te lo prometo.

De esta forma, Ángel se encontró con invitados por primera vez en su vida.  Decidió preparar algo de comida y la joven no le dejó. Insistió en que ella le prepararía un exquisito plato que le había enseñado a hacer su abuela y que mientras él, podía seguir trabajando y hacerle un “objeto” a ella.

-          ¿No te gusta alguno de los que hay aquí? Te regalaré el que quieras.
-          Me gustan todos. Son maravillosos, pero me harías feliz si me hicieses uno a mí,  pensando en mí. Eso sí, ¿podrías utilizar esta concha?
-          ¿Te refieres a esa concha tan fea y retorcida?
-          No es fea. Es diferente. Me gusta. Si todos fuesen bellos y perfectos sería aburrido.

A Ángel le hizo gracia escuchar aquellas palabras de una joven que bien podía ser modelo de pasarela. Ella empezó a cocinar y él a pensar qué podría hacer con aquella concha “diferente”. La tarde transcurrió tranquila, y la noche llegó pronto. Él decidió que ella dormiría en su cama y él en el sofá. Después de todo, ella era la invitada.

El sofá era viejo y no pudo dormir demasiado bien, además estaba acostumbrado a madrugar. Así que se levantó temprano y decidió ir al pueblo y comprar algo de ropa para la muchacha, no sin antes guardar la pequeña escultura que le estaba haciendo. No quería que ella la viese hasta que no estuviera terminada del todo. La miró una última vez antes de esconderla. Fijándose bien… podría decirse que sí que lo estaba. Resultaba curiosa y distinta. La envolvió y guardó con sumo cuidado y partió al pueblo.

Al llegar allí pensó de nuevo en Dora. Ella podría ayudarla a comprar, él se sentía perdido. La tienda de su vecina ya estaba abierta y entró. En las estanterías estaban casi todas sus esculturas. Qué extraño. Se suponía que Dora las había vendido.

Dora salió en ese momento de la trastienda y al verlo se quedó sorprendida.

-¿Ángel? ¿Cómo tú por aquí? Hoy no te he visto en la playa, estaba algo preocupada
- Pues ya ves. Oye Dora. ¿Me has estado mintiendo sobre la venta de mis esculturas?
- No ¿Por qué?
- Porque están casi todas aquí
- Tú lo has dicho. Casi.
- Vamos Dora. Tú me has ido dando dinero por la venta desde el principio, pero yo las veo aquí.
- No seas exagerado. Pues claro que las vendo. ¿Por qué habría de mentirte? Se venden bien. 
            Pero él estaba disgustado y no la escuchó.  
-          No me gusta que me mientan, por muy buenas que sean tus intenciones. No necesito caridad.
-          Ángel...

Salió de la tienda sin escuchar nada más, y se dirigió a casa furioso. Sentía rabia y  dolor. Al llegar, empezó a romper las esculturas que encontraba a su paso, despertando a Nadia con el ruido.

-          ¡Qué ocurre! ¡Ángel! ¿Estás bien? ¡Qué pasa!

Ella se acercó y le rodeó con sus brazos, y él se dejó abrazar. Aquella chiquilla le tranquilizaba con su presencia y su voz.

- Dora me ha mentido todos estos años. Me dijo que vendía mis esculturas y no es así. Me las ha ido pagando ella, me ha ido dando su caridad.
- No te ha dado su caridad, yo diría que esa mujer confía más en ti que tú mismo. Debe quererte mucho para haber hecho eso antes que dañar tus sentimientos.

Ángel recordó cuando había estado enfermo y la preocupación de ella. Recordó cuando tomó la decisión de abandonar el mar y ella se sintió ridículamente feliz y eufórica durante días y días. Recordó incluso cuando eran más jóvenes y ella le miraba con adoración y a veces con dolor cuando él iba acompañado de alguna mujer. Dora era ocurrente, inteligente, guapa, ¿cómo no se había casado nunca? Miró a Nadia y ella asintió. ¿Dora estaba enamorada de él? Ese pensamiento le hizo sentir  un regocijo tal, que de pronto se sintió lleno.

La joven le sonreía. Parecía que le había estado escuchando los pensamientos como si en voz alta los hubiese manifestado.

-          Todos estos años me he sentido tan solo y ella estaba ahí… ¿por qué nunca me dijo nada?
-          Tú tampoco le dijiste nada a ella. Anda, ve a buscarla…

Sí, le debía una disculpa. Iría de nuevo a la tienda y hablaría con ella, o al menos, ése era el plan, pero la encontró antes. Paseaba por la playa cabizbaja, venía llorando. Sin pensarlo se acercó a ella e intentó abrazarla, pero ella le detuvo.

- No quería herir tus sentimientos.
- Lo sé. Perdóname Dora, a veces puedo ser un auténtico bruto. Menos mal que Nadia me ha hecho entrar en razón
- ¿Nadia?
- Si.- Ángel le sonrío mientras le secaba las lágrimas.- es una larga historia, te la puedo contar durante el camino de vuelta y así la conoces aunque te advierto que tal vez te asustes un poco porque antes con la ofuscación lo tiré todo por el suelo y lo hice añicos.
- ¿Vives con una mujer?
- No. Te lo explicaré por el camino si me perdonas lo de antes y me dejas abrazarte.
- ¿Por qué voy a hacer eso?
- ¿Por qué no? Concédele ese deseo a este viejo no me vaya a dar un “jamacuco” - le dijo abrazándola sin previo aviso y dándole un beso en los labios.
- Te ha costado...
- Ya te dije que a veces soy muy bruto...

Pasearon, y hablaron, y se sentaron a mirar al mar y olvidaron el tiempo. Al llegar a la casa de Ángel, todo estaba en orden. Tal y cómo lo había estado antes de que él rompiese nada. Todas las piezas estaban en su sitio, intactas. No había el menor rastro de Nadia. Asombrado, él fue al mueble a por la escultura y se encontró una nota en su lugar.

“Querido Ángel. El mar también te quiere. Tu escultura es lindísima. Me ha emocionado verla.  ¿Mitad mujer, mitad pez?  ¿Y cómo corazón, una concha raída? ¿En qué pensabas? Me gusta más de lo que supones, pues esa concha raída fue la que me permitió visitarte. De ahora en adelante tus esculturas se van a vender solas, ya verás, considéralo mi regalo hacia ti y hacia Dora. “
P.D. Si quieres despedirte de mi estoy justo frente a tu casa. 

Ambos corrieron al exterior y allí estaba ella, en el mar, a metros de distancia y mostrando orgullosa la escultura en su mano. Les lanzó un beso y se zambulló en el agua dejando ver un reflejo como el que Ángel había visto aquella mañana que ahora parecía tan lejana. El reflejo era una enorme cola de pez. La cola de Nadia.


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