miércoles, 22 de julio de 2015

El pozo de los deseos

Julia se sentía tan triste… Miró de nuevo a su padre. Conducía, concentrado en la carretera, en apariencia tranquilo, no como ella.

- Por favor papá…- quiso insistir una vez más.
- Vamos Julia, no me hagas esto. Lo vas a pasar muy bien en casa de los abuelos. Además, vas a ser la envidia de tus amigos. ¿Cuál de ellos puede presumir de vivir en una aldea tan especial que tiene su propio pozo de los deseos? Sabes que tengo que ir a ese viaje. Mi trabajo está en juego Julia. Nuestras vidas dependen de ese trabajo- añadió desesperado.

Julia suspiró resignada. Sabía que su padre no se apartaría de ella sino lo considerara realmente importante, y menos ahora. Tan solo cuatro meses antes, había perdido a su madre.  

Sintió el ya conocido nudo de angustia en su pecho. Parecía que había sido el día de antes cuando Nuria había muerto en aquél fatídico accidente. Fue atropellada, perdiendo la vida en cuestión de segundos.  

Marcos se había sumergido en una especie de aislamiento, que había dado lugar a casi perder su trabajo. Este viaje era una última oportunidad antes de engrosar las listas del paro. Julia… solo tenía diez años. Para ella, todo era dolor sin su madre. Y ahora, su padre se iría de viaje y ella era trasladada como un paquete a casa de sus abuelos, en mitad de ninguna parte. Encima, intentaban engañarla y conformarla como si fuese un bebé con esa argucia del pozo de los deseos.

La niña enfrentaba cada día esa sensación que no entendía. Esa sensación rara y amarga que notaba en la boca del estómago y se extendía a su pecho. Pero no era dolor. Era odio. Odio profundo y amargo hacia esa persona que había matado a su madre.

- Tus abuelos cuidarán de ti cariño- le dijo su padre de pronto.

Ella no contestó.

- Julia, son los padres de tu madre. Sé que hace muchos años que no veníamos por aquí, pero ellos te quieren. Para ellos tampoco será fácil, créeme. Eres idéntica a tu madre cariño…

De nuevo silencio, hasta que poco después, su padre paraba el coche ante una pequeña casa de una sola planta, muchas flores, y dos mecedoras en el exterior. Un par de ancianos sonrientes formaban el comité de bienvenida en la puerta. Besos, abrazos, saludos, lágrimas…

Cuando Julia se sintió un poco desbordada, se sentó en una de las mecedoras, mientras su padre y ellos, hablaban dentro.  

Unos chicos llegaron corriendo poco después y se acercaron sin dudar un instante a ella.

-¿Quién eres?-  Le preguntó de pronto uno de los chicos que se había acercado. Era rubio y tenía muchas pecas, podía ser algo más pequeño que Julia.
- Julia.
- ¿Eres de fuera?- le preguntó otro chico un poco mayor. Ambos se parecían mucho, probablemente fuesen hermanos.
- No tengo ganas de hablar.- contestó Julia.

Apoyada en un árbol, algo más distante, una niña de más o menos su edad la observaba.




 Al escuchar su respuesta, se acercó a ella  de forma amistosa.

- Hola, soy Rosa. Mis hermanos son un poquito pesados. Vivimos por aquí cerca. Estás triste.
- Mi madre murió hace poco y tengo que pasar el verano con mis abuelos, a los que veía muy poco y siempre con mi madre.  
- Puedes jugar con nosotros -  la intentó animar un poco Rosa.- ¿Verdad chicos?
- Claro que sí- contestó el pequeño.
- Ellos son,  Raúl, mi hermano pequeño y Tomás el mayor. Nosotros jugamos mucho por aquí, cerca del pozo de los deseos. La gente mayor llega con monedas y las arrojan al pozo. Piden imposibles, mientras nosotros nos escondemos entre los árboles y escuchamos algunas peticiones muy raras. Puede ser divertido.
- Eso se llama espiar a la gente.- comentó Julia.
- Pero es divertido. – reiteró Rosa sonriente.  

   Julia no quería admitirlo pero esos chicos podían ser su salvación.

-          ¡Julia! – Su padre salió a buscarla. – Oh, veo que ya conoces a otros niños. ¿Quiénes sois vosotros? – les preguntó aliviado.
-          Con algo de suerte, amigos de su hija, señor.  – contestó Rosa sonriente.

Marcos observó a la pequeña. Le recordaba a alguien…color miel en el pelo, esas pecas difuminadas, sus ojos marrones y limpios…   

- ¿Cuidarás de mi princesa cuando yo me marché mañana?
- Por supuesto, señor. – le dijo ella. Y sin más, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla dejándolo absorto.

Un par de días después, ya eran los cuatro inseparables. Hoy, sin embargo, sus amigos le tenían una sorpresa especial.

 - Hoy iremos al Pozo de los Deseos – anunció triunfante Rosa.

Julia se mostraba escéptica. Incluso había preguntado a sus abuelos, pero éstos, no le habían aclarado mucho sobre el tema. Aquel día, tomaron un sendero que les llevó a una planicie, y unos metros más adelante, entre arbustos y hojas verdes, se veía el brocal de un pozo. Entre juegos, los niños se ocultaron, dispuestos a esperar un poco para escuchar las peticiones de los que fueran llegando.

Primero llegó Adela, la molinera. Una joven hermosa y robusta que arrojó una moneda al pozo mientras deseaba en voz alta, para regocijo de los niños, un novio.

Poco después,  llegó Tobías, el cartero. También repitió la operación. Miró a todos lados como para cerciorarse de que no había nadie en los alrededores, acto seguido se dio la vuelta y arrojó la moneda al pozo mientras deseaba un coche nuevo, al parecer el suyo estaba para el desguace.

A continuación, Maite, la pescadera. Ésta quería un juego de cuchillos nuevo.

Noche tras noche, los niños acudían a escuchar las peticiones, como un juego más. Hasta que una noche, Julia soñó que se encaminaba al pozo, lanzaba una moneda y pedía que su madre volviese a la vida. Despertó en mitad de la noche, empapada en sudor y con una fuerte convicción.

Se levantó y con cuidado se puso los zapatos que había colocado a los pies de la cama. Tomó una linterna y se dirigió al pozo, sorprendiéndose al comprobar que el camino que se dirigía al pozo estaba tenuemente iluminado.  

Se acercó al brocal. En lugar de arrojar una moneda, sacó de su bolsillo una pequeña concha marina que había recogido con su madre el verano anterior, cuando ella aún vivía. Se giró y la arrojó al pozo, tal y como había visto hacer a los mayores. Rogó que todo volviese a ser como antes. Que el tiempo retrocediese. Que su madre volviera con ella.

Después regresó y durmió plácidamente por primera vez en meses.

A la mañana siguiente, se reunió con sus amigos y fueron al pueblo por helados. Al llegar a la aldea, un revuelo tremendo se había formado. Un señor que venía de la ciudad había tenido un problema con su vehículo y había chocado contra una esquina de la pescadería. ¡La que se había armado! Resultó ser un representante de una famosa marca de cuchillos alemanes. En compensación por el golpe, además del seguro, entregó a la pescadera una muestra de sus productos por si estaba interesada. El mecánico le informó de que su coche necesitaba varios arreglos y el forastero le indicó que tenía pensado cambiarlo de todas formas.

- Es una lástima.- le comentó el mecánico. Con pocos arreglos estará como nuevo. ¿Estaría interesado en venderlo?
- ¿Por qué no?- le contestó este señor. – Si a alguien le interesa

 Y así es como Tobías el cartero que pasaba por allí, compró el coche. A su vez, ofreció alojamiento al forastero, y éste aceptó. Necesitaba descansar. En ello estaban, cuando una joven hermosa pasó por allí, quedando el hombre prendado de tanta hermosura. Al preguntar por ella, le respondieron que era la molinera.

Julia observaba incrédula como el efecto dominó se esparcía, y los deseos pedidos al pozo se iban cumpliendo, uno tras otro. Lástima que no pudiera devolverle a su madre, ¿no?

El forastero se acercó entonces a ella.

-          Perdona pequeña. ¿Tú eres de por aquí? Verás, voy a alojarme unos días en el pueblo pero necesito encontrar a una familia. Creo que son dos ancianos, eran padres de una joven que se llamaba Nuria.

La pequeña quedó algo conmocionada ante la pregunta.

-          ¿Por qué desea saberlo señor?
-          Es complicado pequeña. Necesito hablar con ellos urgentemente.
-          Son mis abuelos. Nuria era mi madre. – contestó Julia abrumada.

Junto a Adela, la molinera, los tres emprendieron el camino al encuentro de los ancianos, donde el extraño se presentaba ante ellos como Manuel Vereda, hermano de una tal Antonia.

-          Disculpen mi visita, esto es muy…violento. No conocen a mi hermana. He intentado ponerme en contacto varias veces con el señor Marcos Rubiales, esposo de Nuria, pero me dicen en su empresa que está de viaje. Me temo que esta noticia, les destrozará. Mi hermana Antonia… conducía el coche que por desgracia atropelló a su hija. En el asiento trasero iban mis sobrinos. El pequeño sólo tenía seis meses el día del accidente. Su hermana, jugando, le desabrochó la correa de seguridad de su silla. Antonia, al verlo intentó abrocharle. Intentó aparcar el coche a un lado, pero el pequeño cayó en una extraña postura y ella se asustó. Cuando se giró para abrochar al pequeño notó el golpe. Desde entonces, no come, no duerme, y no ha vuelto a coger en brazos a su pequeño, ni a jugar con el mayor. Está muerta en vida. Sé que no tengo derecho, pero quería pediros  que os pusierais en contacto con ella. Fue un trágico accidente y jamás podrá remediarse lo ocurrido, pero fue todo como consecuencia indirecta de una niña de tres años. La vida de su hija no puede volver, pero me temo que dentro de poco también perderé a mi hermana. Su marido y sus hijos la han perdido ya.

Al oír esto, la pequeña Julia salió corriendo al pozo, desesperada, llorando, ajena a los gritos de sus abuelos llamándola. No paró de correr hasta llegar al pozo. Lloraba con la amargura que hasta ahora no había podido sacar fuera de sí. Pero al apoyar la palma de la mano en el brocal, se pinchó con algo. Cuando lo recogió vio que era la concha que había arrojado la noche anterior. Sorprendida la recogió y vio a Rosa frente a ella, sonriendo como siempre.

    -¿Qué te pasa Julia?
- Rosa, ella me quitó a mi mama – lloró con fuerza.
- No, la hora de tu madre había llegado. Esa mujer solo protegía a su pequeño. ¿No habría hecho tu madre lo mismo por ti?
- Tal vez. Estoy muy confundida. Esta concha… anoche, la arrojé al pozo. La recogí con mi madre…
- Lo sé tesoro. Yo te hice venir. Vigilaba tu sueño y pensé que ya era hora de que volvieses a creer en la vida y en los milagros. A veces, las cosas pasan, sin más, pero hay que intentar continuar. Y el pozo te escuchó, porque en verdad, es mágico, pero sólo con quién él elige. La gente del pueblo ha visto sus sueños cumplidos, pero sólo porque el pozo tenía que mostrarte su poder. Regalaste al pozo un vínculo, y el pozo, te ayuda hoy a comprender. Te da la oportunidad de entender y perdonar. De seguir viviendo sin dolor.

        En ése momento, por primera vez y contra toda lógica, Julia sintió paz. Pero no podía hacer aquello de perdonar. Entonces, algo que había dicho Rosa, le llamó poderosamente la atención.

- ¿Vigilabas mi sueño? ¿Me trajiste aquí? ¿Cómo sabes todas esas cosas?
- Porque tu primer deseo, cariño mío, fue el primero en cumplirse. Tu madre no se ha ido. Está contigo, en tu corazón. Y jamás se irá mientras la recuerdes con amor. No llenes tu corazón por más tiempo de dolor. Llénalo de tus recuerdos hermosos hacia ella.

Dicho esto se acercó y la besó en la frente con mucho cariño. Después, corrió y se internó en el bosque, dejando a Julia pensativa y con una extraña sensación en el corazón.

Algo después, llegaba a la casa de sus abuelos.

- Estábamos preocupados por ti Julia. ¿Dónde has estado?
- Con mi amiga Rosa.  
-  ¿Quién? – le preguntó su abuela.- Cariño, todos estos días te hemos visto salir sola a jugar. Pensamos que era una de ésas amigas invisible que os inventáis los niños, pero has llegado algo lejos. ¿No crees?

Julia miró a su abuela extrañada. Después, se percató de la fotografía sobre la repisa de la chimenea.  ¿Había estado allí desde el principio? Jamás la había visto hasta ahora.

-          Abuela- ¿De quién es ésa fotografía?
-          ¡Ah! ¡Era una sorpresa para ti! Es una antigua foto de tu madre jugando en el patio trasero con tus tíos. ¿A qué se parece mucho a ti?

Julia observó anonadada la fotografía. En ella se veían a sus amigos, a los dos pequeños revoltosos, compañeros de juegos de aquel verano, y a Rosa.  Por eso se sentía tan cercana y tan a gusto con ella. Rosa era… su madre.

A lo lejos, escuchó su risa cristalina y ella también sonrió. Bendito pozo de los deseos. Tal vez sí debería hablar con aquella mujer. Una parte de ella, recuperaría así a su madre. 

(Muchas gracias a esa persona anónima, amigo de mi amiga, que me ha enviado la fotografía de su pozo para que pudiese utilizarla en el blog. ¡Graciaaaaaasssssssss!

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