martes, 14 de julio de 2015

El mago del tiempo

Los ruidos de la naturaleza le indicaron que había llegado el momento de incorporarse y comenzar el día. Robian pensó en lo estupendo que sería permanecer descansando un rato más, pero como hijo mayor de una familia que vivía de los recursos que el bosque le ofrecía, esa alternativa era algo impensable.

Despacio se acercó a ver a su hermano menor, Micha, que dormía plácidamente. Sonrió al pensar en cómo aquél pequeño diablillo inquieto y aventurero, ahora descansaba. Hoy era un día especial para ambos. Micha cumplía ocho años, y él, justo el doble. Su madre le explicó que en las familias de recursos limitados, los hijos nacían el mismo día.  

Tras cubrirse con la capucha de su capa, tomó los instrumentos necesarios a fin de salir al bosque y cortar leña para el día. El frío comenzaba a ser fuerte en esta época del año, y sentía un extraño cansancio a pesar de que llevaba ya un rato levantado. Por ello, decidió acercarse al río para lavarse la cara. Al inclinarse, un suave destello en el agua le deslumbró. Algún pez de brillante piel, pensó. Al introducir las manos en el agua, vio de nuevo el destello… sí, era un pez, pero ¡era enorme! Sorprendido cayó hacia atrás al ver atónito como ante él, una joven emergía del agua. Era la más hermosa que jamás había visto. De aspecto infantil, su rostro era angelical, más su cuerpo estaba cubierto por un extraño tejido que parecía estar formado por escamas de un intenso color anaranjado.

-          Hola  Robian. – le saludó con voz cantarina.
-          ¿Quién eres tú? ¿Te conozco? - preguntó él algo atemorizado.
-          Soy Rayana. Ninfa del agua. Habito en este río desde… hace mucho tiempo.



-          Jamás te vi.
-          Pero ahora, tengo un mensaje para ti. Hoy cumples dieciséis años. Eres adulto en nuestra tierra y tendrás un legado muy importante que cumplir. Vas a conocer a un hombre importante y  sabio. Él te tomará bajo su protección y te hará entrega de un hermoso regalo que tendrás que cuidar.
-          ¿Por qué yo?
-          Porque en otro tiempo, otro lugar y otra época fuiste uno de los nuestros.

Dicho esto, la bella joven desapareció bajo el agua, tal y como había surgido, dejando a Robian temblando al borde la orilla. Aturdido, decidió continuar su camino. Tomó su hacha y su saco, colocó ambos a su espalda y se internó en el bosque. Pronto el sol calentaría y su labor sería pesada. Apresuró el paso preguntándose a sí mismo como podía haber soñado estando despierto. ¡Una ninfa! Él no creía en hadas, duendes o magia alguna. Eso era para pequeños como Micha, que no tenía otra cosa en que pensar y gustaba en perder el tiempo.

Continuó su camino, no sin apreciar que el bosque hoy estaba distinto. Parecía mucho más espeso, más profundo. Las tonalidades estaban más acentuadas, los olores más intensos. Absorto en ello y confuso, no se percató de que alguien le observaba hasta que topó con él. Era un hombre joven, de unos veinte años, envuelto en una capa marrón oscura que había vivido mejores épocas. Su mirada era profunda, gris y cautivadora. Tenía la nariz aguileña y era fuerte y robusto.

- Disculpe, no le vi.
- Me di cuenta muchacho. Vas sumido en tus pensamientos… Y aun no has recogido leña.
- ¿Cómo sabes todo eso?
- Mi nombre es Lucius. Y lo sé todo joven Robian. Conozco todo lo relacionado contigo.
- Aun debo estar dormido... Pero dime, ¿nos hemos visto antes? Tu rostro me es familiar.

El extraño soltó una sonora carcajada.

-          Todo a su debido tiempo amigo mío. Ven, te enseñaré un lugar donde hay leña en abundancia y después te ayudaré a volver a casa.

Decidió seguir al joven, pero cuando llevaban pocos metros andados, escucharon un ruido enorme, una especie de crujido ensordecedor. Era algo parecido a árboles cayendo.

-¡Al suelo!- le gritó Lucius a la vez que arremetía contra él y lo tiraba cubriéndolo con su propio cuerpo.

Anonadado, Robian se escondió tras unas piedras junto a Lucius. Temblaba y estaba pálido porque lo que tenía ante sus ojos no podía ser real. A unos diez metros de ellos, se encontraba un ser descomunal. Su piel era ¿verdosa?.. o quizás, ¿violácea? Era horrible. Medía más de tres metros de altura, de eso estaba bien seguro. Era parecido a un humano, pero sus rasgos eran salvajes y realmente era aterrador. Estaba doblando árboles como si fuesen mondadientes. Lucius, le hizo una seña de que esperase e hizo algo realmente tonto, salió de detrás de la piedra que los cubría y le habló a aquel ser.

-          ¡Terme! ¿Qué haces?

La voz que sonó era grave y profunda.

-¿Lucius? ¿Eres tú?
- ¡Pues claro gigante idiota! ¡Quién si no! ¿Qué haces?
- Necesito algo de madera para mi pequeña. Ya mide casi dos metros y los pies se le salen de la cama.
- Y por eso tienes que romperlo todo. Como Yerena te vea te va a encoger.

El gigante se encogió y miró a su alrededor asustado. ¿Qué sería Yerena? Debía ser algo realmente aterrador.

-Chsss. Calla por favor, Lucius. Sólo quería algo de madera. Lo siento de veras.
- ¿Lo sientes? – en este caso se escuchó una joven voz femenina.

¿De dónde provenía esa voz cantarina y dulce? Sonaba  tras de él, así que despacio, se giró y vio a una joven que podría ser incluso aún más bella si es que era posible que la joven del agua. Su pelo era de color rojo, sus ojos eran de un marrón chocolate… su piel blanca casi traslúcida. Iba totalmente vestida de verde, cubierta de hojas de árboles, y caminaba muy despacio. Pasó junto a Robian y le hizo una señal de que se quedase quieto.

-¿Qué le haces a mis árboles?
- Necesito madera Yerena. Lo siento… ¿no oléis eso? ¡Huele a humano! Mi pequeña quiere uno para jugar con él pero no encuentro ninguno.

            Yerena se acercó despacio a él, abrió la palma de su mano y sopló suavemente. Sus ojos hipnóticos se cerraron un poco y ligeramente al soplar una ligera brisa hizo que una especie de polvo verde se elevase hasta la cara del enorme hombre que inmediatamente quedó tranquilo.

-Discúlpame Yerena. La próxima vez te pediré permiso como protectora del bosque.
            Dicho esto se giró y se marchó. Robian salió y se quedó mirando embobado, primero a  Yerena, y luego a Lucius. ¿Qué le había pasado? Parecía tener cincuenta años. Su pelo había encanecido, había algunas arrugas en sus ojos. Su cuerpo parecía algo más pequeño, hasta su capa parecía más vieja, aunque su sonrisa… era más abierta y maravillosa.

-Robian- le llamo- Ésta es Yerena. Guardiana y protectora de los bosques.
- Hola Robian. Ya puedes cerrar la boca. Vivo con mi pueblo a poco de aquí, otro día te llevará a mi aldea. Hoy no tienes tiempo. Lucius quiere llevarte a un lugar lejano para ti.
-          Eres…
-          Sí querido- la joven le sonrió- Soy un hada. Hermana de la ninfa que viste esta mañana en tu río. Ella cuida del agua, yo cuido del bosque.
-          Yo no creo…
-          Lo sé.- le dijo Yerena.  Sé que no crees en hadas, magia… pero dime joven mío… como explicas lo que acabas de ver.

Y dicho esto, desapareció tras el tronco de un árbol dejando un dulce aroma a hojas recién cortadas.

-          Vamos muchacho. Tenemos mucho que caminar aún.- Le instó Lucius. Su caminar era más lento que hacía un rato.
-          ¿Qué te ocurre Lucius? Pareces cansado. Pareces mayor.
-          Soy mayor querido Robian. No paramos de crecer en nuestra vida. El tiempo pasa rápidamente, es sólo que no todos lo ven.
-          No entiendo nada. Debo estar soñando.
-          Ahora estás despierto querido Robian. Era antes cuando vivías una ilusión.

Caminaron largo trecho hasta que llegaron a un claro en el bosque. En ese claro se veía una cabaña vieja y desvencijada. A Robian le parecía familiar… ¡Era su cabaña! ¡Estaba prácticamente destruida!

-          ¿Qué ha ocurrido? ¡Papa!, ¡Mamá!, ¡Micha!

Robian corrió despavorido hacia la cabaña, pero al atravesar la puerta todo cambió de pronto. La cabaña rejuveneció de nuevo. En la estancia había un pequeño jugando con unos tacos de madera. Reía y reía con su juego. A su lado una hermosa joven le sonreía. Parecía… ¡su madre! Pero… aquél niño…

-Robian.- le habló Lucius.- Debes observar, puedes ver, pero ellos no te ven a ti ni tampoco te escuchan. Fíjate bien en ese niño pequeño, te es familiar ¿verdad? Eres tú.

En ese instante Robian observó como una pequeña figura de aproximadamente setenta y cinco centímetros salía corriendo desde detrás de un tonel. Su piel era verde. Iba riendo y en su mano llevaba algo…

-          Venga Yefrel- habló la joven que al parecer era su madre.- Devuélveme el cucharón o no podré terminar el guisado. Eres un duende travieso, pero eres un buen canguro para mi pequeño Robian.

Robian no daba crédito a sus ojos.

-¿Es un gnomo?- le preguntó a Lucius.
- Un duende doméstico. Los gnomos prefieren vivir bajo tierra.

De pronto se escucharon voces y gritos. Asombrado Robian comprobó que había anochecido. Unos seres salvajes de grandes orejas y gran nariz entraron en la cabaña. El grito asustado de su madre se escuchó por todo el bosque. Estos seres no dijeron nada, simplemente cogieron a Robian y se lo llevaron raudos de allí. El llanto de la madre de Robian se escuchaba por todo el bosque.

Robian miró a Lucius interrogante y quedó petrificado. Lucius era ahora un anciano de unos noventa años. Su cuerpo estaba totalmente arqueado y se sostenía en un bastón.

-          Ven, joven Robian. Casi no me queda tiempo…

Ambos salieron fueron y Robian vio cómo su madre corría por el bosque, frenética hasta donde su padre cortaba leña un poco más adelante. Juntos se dirigieron al río y gritaron pidiendo ayuda. Pero nadie pareció ayudarles.  Luego ambos se dirigieron corriendo al corazón del bosque. Robian los seguía con dificultad. Lucius se quedó algo atrás pero le instó a continuar. Cuando Robian los alcanzó vio como entraban en una pequeña cabaña… En su interior había una especie de caldero y una mujer de nariz aguileña y ojos profundos, grises… algo desgarbada.

-          Fíjate bien Robian.- le dijo Lucius al oído. Es Neren, mi madre. Es una bruja. Pero al contrario de lo que todos creen no todas las brujas son malas pequeño.
-          Ayúdanos Neren.- le suplicaron aquellos desesperados padres.
-          Sentaos.- les ordenó Neren - Puedo regresaros a vuestro pequeño, pero… hay condiciones.
-          Lo que sea Neren, por favor.- le suplicó su madre.
-          Los Troles se han llevado a vuestro hijo para quedárselo y daros a cambio otro chico distinto. Les gusta cambiar niños. Lo han llevado a su guarida. Yo puedo traerlo pero para ello he de hechizarlo. Olvidará todo lo que ha ocurrido. Lo olvidará él y vosotros. No recordaréis nada de la existencia de nuestro mundo. Viviréis sin magia. Seréis humanos normales. No recordareis nada de la magia hasta que Robian cumpla los dieciséis años. A esa edad, él estará preparado para recordar. Volverá a creer y volverá a ver. Y cumplirá su destino.

En esos momentos Lucius cayó al suelo… ¿muerto? Robian no podía creerlo, ¡Lucius había muerto! Se abrazó a él desconsolado. Nadie lo veía ni lo escuchaba. Cubrió a Lucius con su propia capa y sobre él lloró desconsolado como un niño. Entonces notó una mano sobre él. Era una mano suave. Era Neren.

-          Hola pequeño.
-          ¿Me ves?
-          Mucho más que eso Robian. Levanta la capa, por favor.

Al  hacerlo, Robian vio incrédulo como Lucius era ¡un bebe!

-          ¡Qué clase de brujería es ésta!

Neren sonrió. A pesar de su aspecto áspero y feo era dulce en su mirada y cariñosa en sus gestos.

-          Es brujería buena. Yo te rescaté de los Troles con un hechizo. A cambio tuve que hacer un trato con la madre naturaleza y te convertí en mi hijo en un mundo paralelo. El mundo de los sueños. En la tierra eres Robian. La tierra es un sueño. Nuestra realidad es ésta, aunque los humanos crean que es al revés. Aquí eres Lucius. Mi hijo adoptivo. Creciste con tus padres, pero en agradecimiento a mí, te pusiste a mi servicio y te enseñé todo lo que sabes. Te convertí en el Mago del Tiempo. Por eso naces, creces, envejeces y no mueres, sólo duermes, te recuperas y vuelves a nacer. Tu trabajo es el más bello de todos. Regalas tiempo a los humanos. Ellos son algo torpes y no siempre saben cómo utilizarlo. Pero tú te encargas de que sean capaces de hacer millones de cosas al día y a la vez si ellos quieren, si lo desean de verdad, pueden descansar, pasear, leer, reír, compartir con su familia y sus amigos, dedicar tiempo al amor… Tú les regalas el tiempo, querido Robian Lucius.

En ese instante una mariposa de hermosos colores violetas y rosas se posó sobre Robian. Depositó polvo de hadas sobre él y a continuación se alejó un poco transformándose en una bella joven alada. Robian la reconoció de momento. Era su amor, Serena. Su sílfide o hada protectora del aire que en su momento le ayudó a volar al mundo sin magia y ahora… recordaba. Siempre había estado junto a él cuando no creía en la magia.  Siempre había mariposas cuando cortaba leña. Siempre había una mariposa  en su almohada junto a él al despertarse. Siempre había estado con él. Y de pronto recordó. Recordó todo su mundo anterior y se sintió grande y dichoso.

Le regalaría a Micha y a todos los demás humanos algo singular. Les regalaría tiempo. Se sentía fuerte y con poder. Tenía dieciséis años. El hechizo se había roto. Ya no envejecería en un solo día. Tenía toda una vida por delante. Tenía todo el tiempo del mundo. Era el mago del tiempo…



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